Hace un tiempo conjeturé, en una de esas tardes en donde la reflexión se desbarranca y aterriza en quién sabe qué cotorros, que Batman era superior a Superman. ¿Por qué? Porque a Superman no le quedaba otra que ser Superman porque desde el principio ya era Superman. Nació Superman y se iba a morir Superman.
En cambio Batman no nació Batman. Tuvo que construirse, hacerse, transformarse en superhéroe a partir de la simple sustancia humana. Podía quedarse tranquilamente en su casa a comer milanesas con puré, pero, por circunstancias que los fanáticos recordarán, decidió ser Batman.
Leyendo a Castoriadis descubrí que a él también se le había ocurrido algo parecido aunque, hay que confesarlo, con mayores fundamentos:
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"Los dioses no se han enseñado nada, y no se han modificado. Son lo que han sido desde que existen y lo serán para siempre. Atenea no se convertirá en una diosa más sabia, Hermes no adquirirá más velocidad ni Hefesto será un artesano más hábil. Su poderío es un atributo inmutable de su naturaleza, y no hicieron nada para adquirirlo o modificarlo. Construyen, fabrican, pero siempre combinando lo que ya está allí. En cambio el hombre, mortal, infinitamente menos poderoso que los dioses, es más deinós que toda cosa natural, y que los dioses, que son naturales, porque es sobrenatural. Es el único entre todos los seres, mortales o inmortales, que se altera a sí mismo." (Cornelius Castoriadis, "Nota sobre algunos recursos de la poesía" en "Figuras de lo pensable", pag.43.)
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Habrán comprobado que esta semana Cornelius me está ayudando a pensar; todos los errores que se deriven de mis torpes reflexiones deben atribuirse a mi propia inoperancia y no al filósofo citado.
Sigamos:
De la aguda observación de Castoriadis acerca de la condición de los dioses pasé a pensar en los monstruos. Tal como los dioses o los superhéroes hay de dos tipos: monstruos que nacieron monstruos y monstruos que se hicieron monstruos (con algunos matices, los vampiros por ejemplo que no era vampiros pero fueron transformados en tales por mediación de otro vampiro, con lo que tenemos un monstruo que se ubica en el intersticio que media entre el monstruo nacido como tal y el monstruo construido como tal).
Para la conciencia, y aquí sin breves explicaciones aterrizamos en el plano político y social, el mejor monstruo es el que fue alumbrado como monstruo, sujeto de la monstruosidad que posee como atributo natural (como los dioses). Ese monstruo comete actos monstruosos que se derivan de su condición, o sea, de ser un monstruo que nació monstruo. Nada hemos hecho nosotros para que ese monstruo exista dado que su monstruosidad viene dada por su naturaleza. Porque nada hemos hecho, entonces tampoco tenemos culpa de los actos del monstruo. Y como nada hemos hecho también podemos depositar en el monstruo toda la responsabilidad por sus actos: nosotros no tenemos nada que ver, él nació un monstruo y se comporta como tal. Es lo que ha sido y lo será para siempre.
Castíguenlo a él. Somos inocentes.
En cambio, un monstruo que se hace monstruo, que desde la condición de sujeto humano deriva monstruo es mucho más incómodo. Es un cuestionamiento potente a la humanidad. Porque un monstruo que deviene monstruo, y que antes fue un sujeto humano, pone en duda al hombre, lo interpela cara a cara: ¿es ésto lo que proviene de tus entrañas? ¿Es posible que tanta iniquidad sea parida desde la condición humana?
La incomodidad aparece cuando pensamos que monstruos como Hittler o Idi Amin Dada no nacieron monstruos y se alumbraron como tales desde la condición humana que compartimos con ellos.
Es mucho más simple y expeditivo sostener que los monstruos lo son por haber nacido monstruos y no porque se fueron construyendo desde la sociedad que todos compartimos. Lo primero nos deja libres de culpa y cargo. Lo segundo exige de nosotros una mirada que se proyecte más allá del ombligo. Y ya que estamos, requiere que asumamos la responsabilidad por los actos y omisiones que permiten el alumbramiento de monstruos entre nosotros.
Además, pensar que monstruos como Pol Pot o Richard Nixon son, en definitiva, humanos, tiene que encender una alarma: todos, por ser humanos, podemos convertirnos en monstruos. Ojo al piojo que la banalidad del mal nos incluye.
La antropogenia es mi texto de cabecera desde hace ya unos cuantos años en Derecho Clásico y en Teoría General del Derecho. Una monstruosidad de texto. Por ahí ya lo leíste, pero si no, dale a "Lo que hace a Grecia I". Te va a dar para unos cuantos posts. Abrazo
ResponderEliminarDel gran Cornelius, desde luego.
ResponderEliminarHablando de monstruos, le recomiendo a hernán brienza, hablando de monstruos:
ResponderEliminarhttps://www.dropbox.com/s/h65mwrlydo2yphl/Elogio%20de%20los%20monstruos.mp3
Alejandro:
ResponderEliminarSi si. Lo he leído y casi siempre termino dando vueltas alrededor de las conclusiones de ese texto.
Siempre descubro algo nuevo en Castoriadis, pero esos descubrimientos tienen que ver con que de a poco me voy volviendo menos ignorante.
Iris:
ResponderEliminarSerá léido.
Palabra.
Castoriadis, como todxs lxs grandes escritorxs, tiene esa tremenda virtud de escribir el tipo de cosas que, después de diez años de haberlas leído, te hacen respingar en el asiento del colectivo al grito de "¡Eso era lo que quería decir!". Libros que se leen toda la vida y nunca se terminan. Qué bueno compartir esos placeres gloriosos con otrxs.
ResponderEliminarAlejandro:
ResponderEliminarSi. La verdad que si.
En estos tiempos en donde ciertos libros gozan de una consideración exagerada compartir el gusto por autores interminables me reconcilia un poco con la humanidad.
Le cuento una anécdota: hoy venía en el tren leyendo "Figuras de lo Pensable2 y carca mío una señora, calculo que de unos 60 muy largos, que también venía leyendo me dijo "-Por ahí vas bárbaro". Es bueno arrancar el día con una sonrisa de oreja a oreja.