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El 24 de octubre de 1999 cometí uno de los errores más grotescos de mi corta aunque extensa vida: voté a Fernando de la Rúa y a la Alianza. Podría esgrimir como disculpa que en la otra vereda acechaban Eduardo Duhalde y Ramón “Palito” Ortega, pero no, eso no es excusa. Pude haber elegido, como lo hice por mucho tiempo, una opción más acorde a mis convicciones, aunque Patricia Walsh y Altamira no las representaran cabalmente en esa elección (recuerdo que también andaba por ahí Cavallo y Armando Caro Figueroa y su Acción por la República, la tercera opción más votada, dicho al pasar para refrescar la memoria).
Yo voté a Fernando de la Rúa y Carlos “Chacho” Álvarez.
Por tal voto me considero en parte responsable de la hecatombe del 19 y 20 de diciembre de 2001 (nótese que uso el concepto “responsable” y no “culpable”. Culpable es Fernando de la Rúa por los asesinatos de esos dos días y por otros más que aún son invisibles, aunque la justicia lo absuelva).
Optar por la Alianza, elevarla al rango de gobierno para el que no le daba el cuero, legitimar con mi voto (y el del 48,37 % del padrón electoral de ese año) la timorata mirada del país que pusieron en marcha, ejecutando pactos y enjuagues con los que terminaron de destrozar la vida de millones, poniéndole como frutilla al postre el llamado a Domingo Felipe Cavallo para que compusiera lo que él mismo había pergeñado, me hace responsable. No hay dudas sobre eso.
Y soy mucho más responsable porque conocía a los que votaba, uno por uno, prontuario por prontuario y sin embargo los voté.
Y es necesario ponerle el cuerpo a esa decisión y reconocer el error. Eso no me disculpa, pero por lo menos sirve para no tirar la piedra y esconder la mano. Que no es poco.
La miopía de mi voto y el de muchos, puso sobre los hombros de la sociedad la tarea de reconstruir lo que la demolición dejó por el piso, desmenuzado, pisoteado y escupido mil veces por los mismos que ahora, en la calle, reclamaban por la inexistencia del estado en el que se habían cagado graciosamente durante mucho más de una década.
Porque, también es imprescindible decirlo, nuestros errores políticos los garpan los que vienen. Los que van a tener que agachar el lomo para construir lo que nosotros dinamitamos montados en un analfabetismo político alarmante.
Yo me siento parte integrante de ese colectivo electoral que derrumbó lo poco que quedaba, dándole la oportunidad de gobernar a un grupo de políticos que no estuvieron (porque no estaban) a la altura de las circunstancias y cuyos únicos argumentos fueron profundizar el ajuste, reforzar el despojo y por último, sitiar a la población para disciplinarla.
Yo le cargué al país una mochila que aún resulta muy pesada. Le impuse a los que vienen detrás la necesidad de superar esa debacle, mi mala decisión los obliga a un sacrificio más, un yugo que no pidieron pero tienen que cargar (otra que cruz, que acá los males son concretos y pesan toneladas)
Hoy se cumplen 30 años de democracia ininterrumpida en Argentina.
Y pienso que todavía nos falta hacernos cargo.
Tomar absoluta conciencia del peso de nuestros errores.
Aún hoy la “gente” se resiste a aceptar que votando a Carlos Saúl I nos mandó al tacho, no una sino tres veces. Aún hoy la “gente” se resiste a aceptar que votar a Rico, Patti, Bussi, Cariglino, Biondini y siguen las firmas, es inmoral.
Y luego de arrojar su voto sobre el resto de la sociedad (porque las decisiones colectivas se las endosamos a todos) hacen como el mítico perro que volteó la olla y dicen, en el mejor de los casos, yo no fui (aunque la mayor parte de las veces ni siquiera responden).
Es hora, repito, de hacernos cargo.
Porque elegir determinadas opciones electorales es más que un acto cívico, es además, y ante todo, un hecho ético. Porque quienes le dan su confianza a alguien que apalea indigentes, expulsa ciudadanos, abandona escuelas y hospitales, demuele edificios históricos, etc., deciden que todas esas acciones no son reprobables, con lo cual fundan una ética, lo que no es moco de pavo.
Refrendar con el voto una retahíla de promesas vacías de contenido, lanzadas por un grupo de tipos que son un rejunte de lo peor que el país pudo producir, es un hecho ético. Porque al legitimarlos el elector en el mismo movimiento disculpa sus pasados, ese pasado que nos mandó redondamente a la mierda.
Y le cargan a las futuras generaciones la responsabilidad de la reconstrucción. Alegremente, sin despeinarse.
No sirve más hacerse el zonzo. Cada vez que metemos la pata la culpa la pagan los que vienen detrás, porque tendrán que abrirse paso en un mundo mucho más áspero y hostil.
Calculo que lo mejor que podríamos pedir, a 30 años de la recuperación de la democracia, es responsabilidad. No solo de los gobernantes, sino de todos nosotros, los electores.
Sobre todo esos electores que luego de tirar una palada de tierra sobre la sociedad se hacen los boludos y, con gesto de inocencia fingida, dicen “qué país de mierda”.
…
PD: notarán que este blog anda con los tapones de punta. Así es. Porque, remedando a Casero diré que pelearé para que ningún Massa gobierne este país. Más que nada porque sería una inmensa y lúgubre derrota cultural.
PD: notarán que este blog anda con los tapones de punta. Así es. Porque, remedando a Casero diré que pelearé para que ningún Massa gobierne este país. Más que nada porque sería una inmensa y lúgubre derrota cultural.
Yo no voté a nadie en el '99 porque no les creí, ni a De la Ruina ni a Chacho que coqueteaba con Cavallo de lejos, pero después más de cerca. Ni menos a quien colaboró en la estatización de la deuda en el '82; Machinea.
ResponderEliminarPero no tiene porqué sentirse culpable. La gente buscaba una salida de la bomba de tiempo que dejaba Carlitos. Mis amigos, familiares, casi todos lo votaron a De la Ruina y jamás se me cruzó por la cabeza reprochárselo.
En todo caso, ellos me reprochaban a mi mi negativa absoluta a votarlo.
Había buenos funcionarios, armaron un presupuesto interesante, progresista, pero entre el Blindaje y el Megacanje le entregaron la humanidad toda a los buitres y nos morfaron impiadosamente. Para colmo cerró el hombre con el Estado de Sitio y la represión brutal.
Es así Dormi. Hacemos lo que podemos con lo que escasamente tenemos a mano. Toda la gente que conocí lo voto lo hizo de buena fe.
Daniel:
ResponderEliminarDe todas formas, siento el peso de esa responsabilidad.
E intento que los votantes del domingo que retrotrayeron la historia, también se hagan cargo.
En el mejor de los casos, intentaré que nunca olviden lo que eligieron.
Admiro su postura, pero como diría Dolina "difícil que el chancho chifle".
ResponderEliminarNuestra sociedad tiene demasiados de esos del "que país de mierda" y "son todos chorros,menos yo". Los políticos son el chivo expiatorio que la sociedad usa para sentirse buena, honesta , etc...
Yo asumo todos mis votos, para bien o para mal (voté a Cristina siempre que pude), pero tengo parientes que votaron a ¡Buryaile! y se hacen los santos.Son buena gente y los quiero, pero temblaría si llegaran a un cargo espectable.
:-(
A mí me pasó votar a sabiendas al peor candidato posible (del "progresismo"), no tenía ninguna duda sobre "deladuda", también veía claro que no había otra cosa y, votar en blanco, no es santo de mi devoción, prefiero meter la pata.
ResponderEliminarNo tengo coartada para sa decisión, tampoco quiero tenerla, de última le otorga legitimidad a posturas posteriores, uno no viene ni va a partir de "inocencias" descomprometidas.
Probablemente ahora, que se está más viejo, nada inocente y con, 1ra. vez en la vida, conciencia del bando elegido y de los por qué de esa elección, que haya que plantarse más enérgicamente; lo pasado pasó y de uno depende que no haya pasado en vano.
Agarrémonos de las mechas, Dormi, pero no por esa siniestra insignificancia que es el chupete, y se vienen tiempos moviditos.