Hace algunos días, el inefable Eduardo "Cabezón"Duhalde pronunció estas palabras desde la estratósfera, ese lugar que el común de las gentes denominan nube de pedos o cosa por el estilo.
Esto no debería sorprendernos.
Porque Duhalde tiene algunos antecedentes que, dado el tenor de las declaraciones, sería bueno repasar. No ha cambiado nada Eduardito. Ni un poco:
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"A mediados de noviembre de 1975, mientras el gobierno de Isabel Perón trastabillaba y los militares andaban al acecho, ocurrió un episodio que habría de cobrar valor en la vida de Duhalde con posterioridad al golpe de marzo de 1976.
Una noche, presa de los nervios, el gremialista Illescas irrumpió en la casa del Intendente y le refirió que un conocido suyo, Jesús Ramés Ranier, apodado El Oso, le había hecho saber que el ERP se encontraba a poco de realizar una colosal operación contra un objetivo militar situado en la zona sur del conurbano. Ranier, un metalúrgico sin empleo, había ingresado en la organización guerrillera un año atrás, pero con el correr del tiempo se había convertido en un simpático soplón.
Duhalde demoró largos minutos en comprender la trascendencia de lo que había oído: andaba apesadumbrado; su cabeza estaba en otra parte: semanas antes, su principal adversario político en Lomas, Manolo Torres, había sido designado secretario nacional del Partido Justicialista, y, por una obvia razón de urbanismo, Duhalde se había visto obligado a aplaudirlo y abrazarlo durante el homenaje que le habían hecho en su propio territorio, en el local de la calle Italia al seiscientos, en Lomas.
A la mañana siguiente de la charla con Illescas, no obstante, Duhalde se presentó en el despachó de Calabró (Gobernador de la Provincia de Buenos Aires en ese entonces) y, atribuyéndose por completo el mérito de la información, le narró la nueva. Los ojos del gobernador se pusieron a centellear del contento. Nadie ignoraba que el golpe militar era una custión de tiempo. Tal vez enero, quizá febrero. Un desenlace inexorable que para Calabró no era más que una contingencia, pues ya se había habituado a gozar el poder y tenía previsto continuar en la gobernación como delegado del futuro gobierno de facto. La posibilidad de ofrecer una información de esa magnitud al Ejército, por tanto, lo llenó de satisfacción.
Duhalde no era ingenuo. También sabía que se avecinaban tiempos difíciles. Por eso, antes de marcharse, le exigió al gobernador que, al transmitir la información a los hombres de la Jefatura II de Inteligencia, no olvidara mencionar su nombre. Calabró así lo hizo.
El asalto al Batallón de Arsenales 602 "Domingo Viejo Bueno", en Monte Chingolo, en el mediodía del 23 de diciembre de 1975, condujo al ERP hacia el abismo. "Será la acción revolucionaria más grande de la historia de Latinoamérica", había dicho Roberto Mario Santucho. El Ejército les tendió una ratonera perfecta. La represión fue feroz y desmesurada: entre miembros del ERP y habitantes de las villas aledañas al cuartel (que ninguna relación habían tenido con el frustrado copamiento) los militares mataron a cientos de personas. En realidad, nunca pudo saberse con precisión cuántos fueron asesinados, porque la mayor parte de los cuerpos fue a parar a fosas comunes.
El oportuno gesto le valió a Duhalde el tácito reconocimiento de los militares, en particular el del futuro cabecilla del golpe, general Jorge Rafael Videla."
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"El Otro", Hernán López Echagüe, marzo 1996, pag.69 y 70.
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Tal como se puede comprobar, Duhalde sigue siendo coherente con su propia historia. Ni más ni menos.
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Bueno, os dejo en libertad. Disculpen las molestias ocasionadas.