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"En cuanto alguien se deja envolver por una certeza, envidia en otros las
opiniones flotantes, su resistencia a los dogmas y a los slogans, su
dichosa incapacidad de atrincherarse en ellos. Se avergüenza
secretamente de pertenecer a una secta o a un partido, de poseer una
verdad y de haber sido su esclavo, y así, no odiará a sus enemigos
declarados, a los que enarbolan otra verdad, sino al Indiferente
culpable de no perseguir ninguna. Y si para huir de la esclavitud en que
se encuentra, el Indiferente busca refugio en el capricho o en lo
aproximado, hará todo lo posible por impedírselo, por obligarlo a una
esclavitud similar, idéntica a la suya.
Ya no temblamos a ratos,
temblamos sin parar. ¿Qué hemos ganado con trocar miedo por ansiedad?
¿Y quién no escogería entre un pánico instantáneo y otro difuso y
permanente? La seguridad que nos envanece disimula una agitación
ininterrumpida que envenena nuestros instantes, los presentes y los
futuros, haciéndolos inconcebibles. Feliz aquel que no resiente ningún
deseo, deseo que se confunde con nuestros terrores. Uno engendra a los
otros en una sucesión tan lamentable como malsana. Esforcémonos mejor en aguantar el mundo y en considerar cada impresión que recibimos como una
impresión impuesta que no nos concierne que soportamos como si no fuera
nuestra. "Nada de lo que sucede me concierne, nada es mío", dice el Yo
cuando se convence de que no es de aquí, que se ha equivocado de
universo y que su elección se sitúa entre la impasibilidad y impostura.
A
merced del tiempo que alimenta y nutre con su propia sustancia, el
hombre civilizado se extenúa y debilita para asegurar la prosperidad de
un parásito o de un tirano.
Tan grande es la obnubilación del hombre civilizado, que no concibe que se pueda optar por un género de perdición distinta a la suya. Desprovisto del descanso necesario para ejercitarse en la autoironía, se priva también de cualquier recurso contra sí mismo, y tanto más nefasto resulta para los demás.
Agresivo y conmovedor, no deja de tener algo patético: es comprensible que, frente a lo inextricable que lo aprisiona, sienta uno cierto malestar en atacarlo y denunciarlo, sin contar con que siempre es de mal gusto hablar de un incurable, aunque sea odioso. Sin embargo, si nos negáramos al mal gusto, ¿aún podría jamás emitir juicio alguno?"
Retrato del hombre civilizado según Emile Cioran en "La caída en el tiempo"
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El texto se lo afané a Gisofania de un comentario al post anterior.
Merece él mismo ser un post
Y de paso cañazo: gracias Giso
Por el texto y por pasar a leer el blog
Así vale la pena
Uno siente que con algo contribuye
pero pero GRACIAS a usted, buen hombre! se me puso la piel de gallina vieja (o sea, maricona). Cuando hay una real ida y vuelta de almas vale la pena el encuentro.
ResponderEliminarMi jefa está de licencia, así que el despacho me da un respiro y entonces lo lleno con lectura de "morbo filosófico" (así le dice mi esposo a Cioran). Sobre mi escritorio el "Breviario de los vencidos" me hace guiños cómplices.
Gracias de nuevo!