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Impactado, de nuevo, por una tragedia en el Sarmiento se me ocurrió que yo puedo hablar del Roca. Por si las moscas ¿vio? Antes de que pase algo, porque no tiene que pasar nada para que alguien reaccione.
Digo de entrada que viajo hace cinco años en el Roca. He usado tres de sus líneas: la que va a Ezeiza, la que va a Bosques y Gutierrez vía Temperley y la que va a Alejandro Korn y Glew. Dos eléctricas y una eléctrica y con formaciones diesel (las chanchas).
Durante ese nada despreciable lapso de tiempo el Roca ha logrado una hazaña pocas veces vista: nunca pasó a horario, salió a horario o llegó a horario. Mirá que tuvo oportunidades durante cinco años, pero no las aprovechó ni una sola vez. Si alguien pudo asistir al extraño espectáculo del Roca cumpliendo un horario me avisa.
Pero sigamos adelante: husmeando un poco acerca de las razones de esas tardanzas, aún cuando todo estaba preparado y sin problemas para salir de Constitución a tiempo, descubrí por boca de ciertos vendedores de los que suben en la cabecera (los que usan chaquetillas) que algunas veces el retraso obedece a un acuerdo entre algunos funcionarios de la empresa y el dueño de la concesión, a los efectos de que se puedan vender algunos panchos, gaseosas o helados más. Así como te lo cuento lo escuché asistiendo involuntariamente a la charla de dos de los vendedores. Otras veces, con el semáforo en verde que indica vía libre, el tren no sale porque los guardas están conversando animadamente en el andén y no se dan por enterados hasta que los chiflidos de los pasajeros les cortan la charla. Y otras veces no se sabe porqué. Simplemente se demoran, por regla general.
Y aquí aparece un subterfugio que suelen usar para no alimentar la ira de los pasajeros: cuando la demora del tren que llega y volverá a salir es demasiada, en vez de anunciar que el tren de tal hora "ha sido cancelado" simplemente anuncian la salida del tren del horario posterior por tal andén, con lo que de hecho cancelan el tren pero no lo dicen.
Aquí también detecté una variación de esa cosa exótica llamada: "horario". Algunas veces, si el tren que sale, sale atrasado, el que le sigue se atrasa la misma cantidad de minutos. O sea, la frecuencia toma como punto de partida la hora en que salió el tren anterior. Delicioso. Esto lo consulté con algún guarda descuidado que me indico que hacen ésto aún cuando no está permitido.
A veces, cuando la suspensión del servicio o acortamiento del recorrido obedece a un corte de vías por manifestantes o "accidente" (palabra que engloba casi cualquier cosa usada en este contexto) el locutor de la estación lo repite cada veinte segundos, más que nada para los pasajeros no se enojen con ellos. Pero cuando la causa de las demoras es desconocida o no se puede decir entonces es el acabose: los que controlan los boletos en los andenes desaparecen, se cierran las puertas de las oficinas, el locutor guarda silencio, los carteles que anuncian la salida de los trenes quedan clavados en información inservible, etc. Un acuerdo previo hace que uno no pueda encontrar a nadie con el logo LGR en diez km. a la redonda, excepto los vendedores de pasajes que se tienen que quedar ahí, aún cuando muchas veces también cierran las ventanillas y andá cantale a Pavarotti.
Sin nadie a quien preguntar, desorientados como el mítico árabe que detectó un hijo con nariz más bien breve, los pasajeros deambulan de un andén a otro, amontonándose, empujándose, buscando alguna precisión porque, ¡ay que manga de pretenciosos! quieren volver a su casa después del laburo.
Cuando un tren de cualquier tipo aparece en el desierto de las vías vacías, los viajadores se lanzan sobre él con furia mítica, aplastando todo a su paso (literalmente). Nadie puede asegurar que, luego de ese, habrá otro. La incertidumbre es el denominador común en estos casos y en todos. De hecho el Roca es el reino de la incertidumbre.
Ponele: durante las vacaciones de verano, con la notoria disminución de pasajeros, los trenes salen con menos atraso, no se rompen tanto y no llegan demasiado tarde. Pero, apenas vuelve el ritmo normal, o sea, cuando terminan las vacaciones y retornan los laburantes a sus ocupaciones diarias, el Roca colapsa. Vuelven las cancelaciones seriales, se profundizan las demoras y los trenes hacen agua. O sea, el Roca no está preparado para operar en demanda normal. No puede responder al volumen de pasajeros diarios que tendrá la mayor parte del año. Lindísimo. Las consecuencias de tal situación son evidentes.
Pero además, cualquier circunstancia desequilibra aún más lo desequilibrado: si hace mucho calor hay demoras, si hace mucho frío, si es viernes, si es lunes, si está lloviendo, si corre viento. Un titiritero perverso maneja los hilos del tren, cuando más falta hace llegar a casa o al laburo, las demoras son más largas. ¿Motivo?, menos pregunta Tutatis y perdona.
Sobre el estado general de los trenes podría escribir un tratado, pero alcanzará con decir que es deplorable: no solo por la mugre que la gente que viaja arroja en los vagones, en las vías y en los asientos. Las ventanillas y las puertas no funcionan, por lo que en verano el calor es sofocante y en invierno el frío entra por todas partes. Si llueve estás frito porque no hay con qué atajar el agua. Si es de noche llevá una linterna porque la mayoría de las luces tampoco funcionan. Algunos valientes ventiladores siguen rotando, pero son los menos. ¿Aire acondicionado? Si, lo trae el Viejito Pascuero.
Como el espacio para viajar con bicicletas es menos que escaso los pasajeros suben en cualquier vagón con su vehículo. El tren ya está repleto, añadile una bicicleta y tendrás lo que tenemos: caos. Para subir, bajar o simplemente, estar parado. En las "chanchas" (los servicios diesel) el "furgón" es tierra de nadie. Ningún pasajero que verdaderamente necesite viajar con su bicicleta se metería ahí, porque bajaría drogado por el humo de los porros y probablemente sin parte de sus pertenencias.
El personal "de control" es peor, quizás, que los que tienen que controlar. Comparten la actitud general del personal de la línea: prepotencia, mutismo inquebrantable, desidia, indiferencia y otras virtudes más. La única cosa que controlan es la charla que mantienen animadamente desde que suben al tren hasta que bajan. Suben sucesivamente a todos los vagones con la excusa de "controlar" y al subir empujan a niños, mujeres y hombres sin contemplaciones. Se aposentan en las puertas, complicando aún más el ascenso y descenso de los pasajeros, estorban en una palabra, mientras los que tendrían que estar controlando descontrolan a gusto y piacere, no sea cosa. Hasta ahora no he visto que hayan hecho alguna cosa que beneficie al pasajero. Esto también es otro record.
Hago una mención especial para el personal de un par de estaciones que, en rara oposición a lo relatado, son amables y solidarios y de verdad se preocupan por saber qué onda con el tren que no pasa. Son la excepción, eso si, no la regla.
Contar cómo está la estación de Constitución y lo que pasa en ella agotaría varios tomos. No me da el cuero para eso. Resumo algunas impresiones: el olor a orín en los andenes, la basura amontonada en tachos que nadie vacía, la basura que arrojan los pasajeros en cualquier lugar, la gente que fuma en donde le agarra el ansia, aunque al lado haya una mujer con dos bebés, el descontrol de la venta ambulante, el hedor de los carritos de comida rápida que no conocen de los rigores de una libreta sanitaria, el olor a cloaca que emana de respiraderos mal tapados, etc.
Podría añadir muchas otras cosas más.
Pero creo que basta lo antedicho para dejar en claro a qué me refiero.
Si hasta ahora, con todas estas invitaciones al desastre, todavía no ha pasado nada demasiado grave, tendré que pensar que los milagros existen.
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Nota 1:
Añado, ahora que me acuerdo, una práctica que llevan a cabo los tripulantes de formaciones "rápidas"o "semirápidas": esos trenes no frenan en ninguna estación entre Temperley y Constitucíón o no frenan en algunas de las estaciones intermedias. Pero ahí nomás aparecen las excepciones: si sos ferroviario y amigo del motorman entonces éste último detiene el tren para que bajes en las estaciones en donde no debería parar. Por supuesto, esta detención no prevista debe entrañar, además de la molestia para los vapuleados pasajeros, peligros que no alcanzo a comprender. Pero parece que los motorman son tipos a los que les agradan los deportes de riesgo.
Nota 2:
Los pasajeros, la gran mayoría, contribuye al desastre descripto con sus actitudes y hábitos. Aunque el tren funcione como el tujes al menos podría estar un poco más limpio con el simple expediente de que las personas no tiren papeles en el andén, dentro de los vagones, que no arrojen botellas de plástico vacías por la ventanilla, papeles con restos de panchos en los asientos, no meen en el pasillo que comunica a dos vagones ni fumen dentro del tren. La estación podría mejorar simplemente arrojando la basura en los tachos correspondientes y no en cualquier parte, evitando mear los andenes, etc.
También, aunque la frecuencia entre un tren y otro sea más bien un problema del orden de las probabilidad, se podría mitigar la incomodidad con un poco más de orden y cortesía por parte de los pasajeros: respetar al que baja, dejándolo ¡bajar!, respetar al que sube dejándolo ¡subir!, evitar la práctica de trabar las puertas para viajar fumando en el estribo del tren, dejar de jugar al personaje apurado yendo desde el último hasta el primer vagón atravesando toda la formación, caminando encima de los pasajeros que ya están amonotonados, intentar no subir a vender atravesando el vagón si no hay espacio para hacerlo, dejar de comercializar discos usando música a todo volumen para "mostrarla", etc.
Yo pido demasiado ¿no?