Esta semana venimos cinéfilos. Que lo parió.
Continúo con el razonamiento medio esbozado ayer en el post de marras. En este caso, como ejemplo del adiestramiento mentado, cito una anécdota que me relató una amiga del trabajo hace un par de años.
La cosa es sasí:
Mi amiga y su novio concurrieron a uno de esos multicines de shopping a ver la pelìcula "Déjame entrar". Aclaremos: el tema secundario de esa película es el vampirismo, pero no es el leiv motiv del filme. La historia gira sobre otros ejes bien distintos y la condición vampírica de uno de sus protagonistas es una circunstancia. Por supuesto que esa condición determina cierto tipo de relación y una distorsionada línea de tiempo, pero la narración recorre otros derroteros, profundos, polémicos, contradictorios.
Pero la pancarta de publicidad de "Déjame Entrar" indicaba que había un vampiro involucrado y las buenas gentes acostumbradas a la mirada que tiene yanquilandia sobre los vampiros creyeron que verían una historia plagada de acción, sangre. monstruos fantásticos y justicieros armados con estacas nucleares. Entonces compraron la entrada y se acomodaron en sus asientos esperando ser asustados de la forma convencional.
¿Y qué ocurrió?
Que en la pantalla apareció en toda su belleza la película "Déjame entrar". Y nunca hubo vampiros monstruosos, ni héroes armados hasta los dientes, ni explosiones, ni estallidos, ni invocaciones altisonantes acerca del bien y el mal que definen por penal, según Divididos.
Lo que hubo fue cine, con un lenguaje diametralmente opuesto al de la usina estadounidense, fundado en la mirada de un director sueco, Tomas Alfredson y los dilemas que esa sociedad presenta, mostrados con una precisión cuasi quirúrgica.
Y eso tomó por sorpresa a casi todos los espectadores de la sala.
Mi amiga me contaba que la mayoría abandonó sus asientos al promediar la primera media hora (luego de constatar los espectadores que no habría explosiones sangrientas ni vampiros vestidos como Tarja Turunen) y el resto aguantó quince minutos más. Al final de la proyección en la sala habían quedado una veintena de personas. Veinte personas felices, a juzgar por los aplausos que le propinaron a la pantalla.
Salieron, decía mi amiga, ella y su novio del cine con una sonrisa de oreja a oreja.
Afuera, decía mi amiga, había una cola nutrida para ver la última comedia de Jennifer Aniston.
Los perritos de Pavlov.
La voy a mirar Dormi. Ahora que aclara que no es de monstruitos y vampiros, sino me la perdía.
ResponderEliminarDaniel:
ResponderEliminarYo tuve el mismo prejuicio con la película. Cuando se parlaba de vampiros me pareció que era un Blade sueco y me dije a mi mismo "Sonamos"
Pero no. Al contrario.
Lo del vampirismo es, de verdad en este caso, una maldición.
Pero hay tantas lecturas para hacer de "Déjame entrar" que uno se marea, mire lo que le digo.
Y en tren de recomendar películas, le recomiendo "In the Loop". Es humor, pero no estilo Adam Sandler. Es algo mucho más vertiginoso y ácido, tanto que podría ser de verdad una excelente película de humor negro (si este cliché no fuera un cliché)
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarBueno, ya que el amigo Ares ya me está bajando "Déjame entrar", ahí voy con "In the Loop".
ResponderEliminarLa vi por tele (movicity).
ResponderEliminarPero tenía otro nombre que no lo recuerdo,me di cuenta en el trailer del enlace.
Muy buena peli.