Ayer, por una circunstancia circunstancial, fui a un colegio. Y por otra circunstancia, entré en un aula. Un aula de primer grado. Como tengo la mala costumbre de observar, me puse a mirar la decoración que me rodeaba.
Entre toda la parafernalia que adornaba el salón había una curiosa adaptación de "Caperucita y el lobo". En ese parafraseo, Caperucita intentaba arrimarle a su abuela un celular reluciente.
La versión libre no me causó sorpresa.
Pero la forma en que estaba redactada si. Imaginen un enorme papel afiche amarillo escrito con letras negras, grandes. En el segundo párrafo campeaba la siguiente oración: "La Abuelita le pidió que le lleve...etc."
Casi se me salen los anteojos del susto. Evidentemente el afiche fue confeccionado por la maestra. En enormes y negras letras visibles desde diez metros de distancia. Y había escrito "le pidió que le lleve...", ignorando por completo la concordancia entre pasado y presente.
Lo peor, pensaba, es que ni siquiera debe haberse dado cuenta del horror que había plasmado en ese cartel. Lo peor, incluso, es que quizás hablaba tal como escribía y no percibía ningún error en ninguno de los dos campos. De hecho, ahí estaba la evidencia.
Permítanme en este punto un comentario: el docente, le guste o no, ocupa el lugar del intelectual. Quiéralo o no, está ahí como un intelectual. Y aunque no lo quiera tiene que estar a la altura de esa posición. Y si no está dispuesto a asumir su responsabilidad, debría cambiar de profesión. ¿Por qué la taxatividad? Porque el perjudicado es el pibe que está bajo su guía y que pensará que "le pidió que le lleve" es una forma correcta de expresar el pensamiento.
Deberán disculparme la irreductibilidad.
Si te la agarraras con un maestro de grado común y corriente, tendrías razón. Pero es una maestra de primer grado. Desde que mis hijos pasaron por primer grado quedé convencido que debería existir el Día del Maestro de Primer Grado. Es una categoría diferente: no enseñan "un poco más", como los maestros de los demás grados. Enseñan cosas completamente distintas, enseñan a pensar por medio de símbolos, enseñan a trasmitir cosas de manera escrita. Enseñan un montón de cosas a chicos que no saben nada; nada de nada.
ResponderEliminarDesde ese punto de vista, un maestro de primer grado no ocupa el lugar del intelectual: ocupa el lugar del instructor en una técnica, de alguien que enseña a usar herramientas tales como las letras y los números, algo que sus instruidos ignoraban por completo hasta entonces. Equivalen al maestro de una escuela técnica; sólo que sus alumnos se hacen encima y lloran a cada rato.
Marcelo, el gaucho
pero lo peor que le puede pasar a un niño ES TENER UN MAESTRO BRUTO. Te lo dice una vice que tiene que lidiar diaramente con esto
ResponderEliminarMarcelo:
ResponderEliminarJusto por eso. Es mucha mayor la responsabilidad del docente en este punto, por lo que tiene que estar mucho más preparado. Ser un intelectual. Porque, de acuerdo a lo dicho con todo acierto por Ud., asume la tarea de sentar las bases del pensamiento.
Menuda cosa.
Por lo tanto, sostengo que debe hacerse cargo del asunto o no hacerse cargo.
En otro post hablaré de las otras cosas que vi pegadas en la pared de esa aula. Desalentadoras también.
Me extiendo un poco más: decía Marx que si la apariencia de las cosas coincidiera con su esencia, toda ciencia sería baladí. Para penetrar esa apariencia, deconstruirla simbólicamente, horadarla, hace falta la herramienta del lenguaje que nombra y además, permite establecer la distancia necesaria para la sospecha y la investigación. No es posible darle espacio al sentido común en un aula: puede ser un disparador, pero nunca una meta, un "es lo que hay" efectivo por si mismo. Contra esa aparente inmanencia debe luchar el docente. Mucho más en primer grado.
Y debe tener la espada afilada para esa pelea. O dedicarse a otra cosa.
Mónica:
ResponderEliminarNo me cabe la menor duda.
Nada peor que un guía ciego, munido apenas con un poco de sentido común.
Dormidano, deseo aplaudirlo. Puedo?
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