La tocada de culo cotidiana, permanente, persistente, es algo a lo que uno no debe acostumbrarse, porque en ese caso, la naturalizaría y sería más complicado entender que no está bien que te vivan metiendo el dedo en el tujes.
Y cuando digo ésto pienso en toda la multitud de a pata que viaja en el tren, en subte, en colectivo, que apenas llega a fin de mes, que intenta con la mejor buena voluntad apoyar un rumbo que promete mejorarle la vida en algún momento. Tan escasos estamos de esperanza que ni siquiera tenemos plazos perentorios. Esa multitud es la que experimenta la tocada de culo.
Si uno lo piensa, esa multitud, el famoso colectivo electoral que se objetiva en un caudal de votos, tiene el culo al alcance de la mano. Excepto en ese momento, el del voto, momento acotado, escaso, perceptible a nivel estadístico, la multitud tiene un tujes vulnerable. El que mete el dedo sabe que la memoria colectiva tiene baches que son fácilmente explotables y apuesta a que el olvido sobrevenga de la mano de algún paliativo momentáneo, tan efímero como el instante del voto.
Y si se enojan los podemos acusar de terroristas, resentidos, zurdos, utopistas, etc. y darles duro en la cabeza para completar el camino de Kundalini.
Esa multitud, que no es el hombre masa como decía el monárquico Ortega y Gasset sino el hombre apaleado, convertido en masa a fuerza de garrotazos, de los reales y de los otros que duelen tanto como los anteriores, es infinitamente vulnerable. A cada individuo de esa multitud se lo puede someter a presiones indecibles con la confianza de que no reaccionará. Para que reaccione deberá aclararse el agua del Río de La Plata. Se sabe que esa multitud identifica con poca eficacia al culpable de sus endechas, que no puede señalar con certeza a los responsables del quilombo que le aqueja. Entonces, el metedor de dedo habilidoso, transforma ese dolor, esa angustia informe en indignación. Indignación que es un sentimiento superficial, que se verifica sobre la piel y que, una vez vaciada en algún objeto de odio, se diluye sin mayores costos políticos.
Y continúa con la tocada de culo.
Desplazado el objetivo del enojo, él puede arrellanarse en su cómodo sillón y disfrutar de la impunidad que lo cobija.
Por supuesto, el culo del poderoso es más sensible. Por eso a ése no se le toca o, si eso va a ocurrir, le avisan con anticipación para que no se enoje demasiado. Es más, le ofrecen culos alternativos para que se rompan antes del suyo. Solo en última instancia le meten, tímidamente, el dedo ahí donde la espalda pierde su buen nombre.
Y al hacerlo, los tipos tiemblan, tienen pánico a la reacción del culo poderoso.
Por eso, la mayoría de las veces prefieren tocarle el culo a la multitud y dejar las asentaderas privilegiadas a salvo de cualquier percance.
Me encantaría decir que alguna vez nos cansaremos de la tocada de culo. No lo sé. Tanto tiempo hemos tenido el dedo metido sin decir este agujero es mío que ya no tengo la confianza de antaño.
Y lo mas triste es que estos proctólogos de utilería no solamente usan el dedo,conozco infinidad de casos que utilizan las manos para aplaudir mientras palpan el upite a lo sodomita.
ResponderEliminarMoscón:
ResponderEliminarComo en esa canción en la que un órgano femenino recibía una cantidad ingente de objetos, así postulan que es el tujes de los estuprados.