Esos platos enormes en donde el "chef" deposita de manera pomposa y pretenciosa, dos pedazos ínfimos de alguna cosa, rodeadas por unas gotitas de algo que ese rufián llama salsa y un cacho de perejil o menta o albahaca o ciboulette o cualquier cosa que tenga hojas, sea verde y se pueda poner como decoración. Nunca nadie sabe si ese estandarte está ahí para ser comido o hay que apartarlo del plato con la mayor velocidad.
A esta pesadilla ahora se le agregó la "cocina molecular". Produce especialidades culinarias que tienen forma de comida de astronauta y que quizás deba ser ingerida con la ayuda de un destornillador.
A mi, troglodita, cavernícola, mastodonte, retrógrado y oscurantista del morfi, dejame con la comida que parece comida, que se sirve con abundante generosidad y que invita a la alegría. A quedar con la panza tirante, y por lo tanto, el corazón contento.
¿Quién se puede resistir a estos platos insignes? Pocos. Y si Ud. conoce alguien a quién esta comida no le agrade, sírvase darle una patada en el ojal y mandarlo a masticar flores.
¿Sabés lo que podés hacer con el Petroselinum crispum?: ¡Pesto!
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Bueno, os dejo en libertad. Disculpen las molestias ocasionadas.